La señorita B. fué mi maestra del cuarto grado en la escuela Bryker Woods en Austin, Texas. En vista de mi próximo regreso a Venezuela, después de 3 años de estada en los Estados Unidos, ella tuvo la idea de que tuviéramos días venezolanos en mi salón de clases. Esto sería como una fiesta de despedida para mis compañeros y yo. Mi papá tocó música típica venezolana en el cuatro, una guitarra de cuatro cuerdas parecida al ukulele, y hablamos acerca de tradiciones, comidas típicas (arepas, hallacas, pabellón), cómo celebrábamos la navidad, etc.
Al final de estos eventos, mi maestra me pidió que pintara un cuadro de Venezuela. Y así lo hice.
En aquel entonces, Caracas – la capital de Venezuela – era una ciudad muy cosmopolita y moderna (antes de que el socialismo destruyera mi país) con grandes parques verdes muy cuidados, edificios altísimos y bastante tráfico. Y justo eso fue lo que obtuvo.¡Pero, la señorita B. quería “indios”!
Hay muchos aborígenes en mi país, pero ellos están muy lejos de las grandes ciudades. A esa edad, los únicos “indios” que conocía era los que había visto en la televisión de los Estados Unidos.
Así que me hice a la tarea de pintar un cuadro muy bello y elaborado de lo que para mi eran “indios”: lindas chicas hawaianas con faldas de hojas de palma, bailando alrededor de un Luau, mientras que unos Apaches – con sus plumas en la cabeza – galopaban con sus caballos.
Era una mezcla del “Llanero solitario” y “El Bote del Amor”.
¡Esa fue mi primera comisión! La señorita B. quedó muy contenta.